lunes, 2 de mayo de 2011

TEORÍA TAURINA DEL CIRCULO

El círculo y la Fiesta según Moneo El pregonero ensalza la tauromaquia a través de la evolución arquitectónica de las plazas. En su presentación, Agustín Díaz Yanes dijo que "Moneo es a la arquitectura lo que Joselito el Gallo y Pepe Luis Vázquez al toreo"
Patricia Godino | Diario de Sevilla, 2011-04-25

"Los toros han estado siempre presentes en mi vida y no son estos tiempos para negar, como Pedro hiciera, lo mucho que disfruté con ellos y cuánto valoro el contenido de la Fiesta, ya que, junto a la indiscutible y poderosa emoción estética que suscita, también elude a cuestiones tan serias como la vida y la muerte". Con estas palabras celebró el arquitecto Rafael Moneo (Tudela, Navarra, 1937) el encargo, realizado por el teniente de hermano mayor, Alfonso Guajardo-Fajardo, y el maestrante Javier Benjumea, de pronunciar el pregón en el Teatro Lope de Vega con el que ayer se abrió la temporada taurina en Sevilla, una tarea que en su día también le fue confiada a escritores como Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes, al pensador Francis Wolff o al dramaturgo Albert Boadella y que han contribuido a acercar el pensamiento al mundo del toro.

Desde ayer, y a través del discurso culto y sobrio de este arquitecto universal de trato sencillo y tímido ante el aplauso colectivo, la historia del toro tiene un nuevo capítulo dedicado a la evolución arquitectónica de las plazas de toros, y su influjo en la tauromaquia, que realizó el intelectual navarro, "una de las mentes preclaras de España en la actualidad", en palabras de Agustín Díaz Yanes.

El cineasta responsable de la versión cinematográfica de Alatriste, y gran aficionado por herencia paterna, fue el encargado de presentar el discurso de Moneo, al que calificó como "un maestro con la categoría de sabio; es a la arquitectura lo que Joselito El Gallo y Pepe Luis Vázquez al toreo"; no en vano, recordó, "es el único español galardonado con el premio Pritzker, el Nobel de la arquitectura".

En una mañana en la que Sevilla muda su piel de cofrade a taurina, Moneo paseó su memoria de infancia por la liturgia de los espadas sobre el albero: "Mis padres nos llevaron siendo niños a los toros y hoy conservo el recuerdo lejano de Manolete, aquel torero cuya sola presencia, fuera y dentro de la plaza, permitía entender lo que es la dignidad". Y, años después, "a las fiestas de Navarra" donde "encierros y vaquillas establecían la frontera entre la niñez y la adolescencia", para detenerse luego en el vínculo que lo une con Díaz Yanes. "En la primera mitad de los años 40, la de mi infancia, uno de los héroes locales era el matador de toros Julián Marín", quien, recordó, era "asistido por el competentísimo torero de a pie Agustín Díaz Michelín", padre del cineasta que, previamente, destacó como "sus mejores faenas" dos decisivas obras en la historia de la arquitectura moderna en España: el edificio Kursaal de San Sebastián y el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida.

Fue el encargo de remodelación de la plaza de toros de Pamplona, al comienzo de su carrrera profesional, el definitivo episodio que llevó a Rafael Moneo a conocer "las entrañas" de los templos de la tauromaquia, a cuya evolución dedicó ayer su discurso.

El también responsable de la ampliación del Museo del Prado repasó los orígenes arquitectónicos de las plazas de toros remontándose al antiguo coso madrileño de la Puerta de Alcalá -ya desaparecido- para recordar cómo el círculo, frente a la geometría rectangular de las plazas mayores de los primitivos juegos de toros -"donde sucedían múltiples episodios y que protagonizan toreros de a pie y a caballo, varilargueros, rehileteros, alguacilillos y mozos de cuadra"-, determinó algunas de las claves del toreo. La consolidación de la Fiesta, ocurrida a finales del siglo XVIII, pasa por el diseño de un nuevo espacio promovido "por los propios matadores", ya que "la condición rectangular de las viejas plazas mayores hacía que los toros encontrasen defensa en los ángulos rectos, en las esquinas, buscando la querencia y haciendo difícil la lidia".

Y es que "el paso del cuadrado al círculo es un tránsito bien conocido en la historia de la arquitectura", apuntó el también diseñador del edificio de Previsión Española y el aeropuerto de San Pablo en Sevilla. La condición circular de los cosos "lleva a que los espectadores se centren en un solo episodio", dejando atrás la condición caótica del anterior toreo, argumentó el arquitecto remitiéndose a estampas del XVIII y los grabados de Goya. Y es por su naturaleza circular, "el ruedo potencia y provoca la soledad del toro y el torero, a pie o a caballo". "Cuando el torero tan sólo tiene presente al toro, cuando ignora la presencia del público y no pretende ni seducirlo ni cautivarlo, es cuando la Fiesta alcanza todo su valor. Es lo que
a mi entender ocurre cuando torea José Tomás". De ahí la singularidad del arte del toreo frente a otros espectáculos -deportivos, teatrales o circenses-, porque "en una tarde de toros puede pasar todo o no pasar nada".

Además de valorar el papel democrático del público en el tendido y de invitar al estudio del urbanismo hispano a partir de sus plazas, Moneo quiso loar el coso de la Maestranza, que para él es "la plaza de toros por antononomasia". Es, ensalzó, "uno de esos edificios exentos, capaces de encarar solos el paso del tiempo y que hacen que Sevilla sea lo que es". Para el arquitecto, que recibió emocionado el cerrado aplauso del auditorio, "la Maestranza nos traslada al campo, a las haciendas y cortijos en los aledaños de Sevilla, en los que la puerta de acceso al recinto se convierte en origen de lo que va a ser su arquitectura".

Aunque la belleza no es plena si las suertes no se dan cita sobre la arena: "Hay obras de arquitectura que pueden vivir sin atender a lo que fue la condición instrumental que tuvieron. Nadie le pregunta a la Giralda si echa en falta al muecín. Las plazas de toros, sin embargo, incluso la Maestranza, necesitan del toro, del torero y del público. Sin ellos tal vez hagan ciudad, pero sólo viven las tardes de toros", como la que ayer llevó a Moneo al coso "que mira al río" donde, "la arquitectura, discretamente, dejará de estar presente, desaparecerá ante la plenitud de una media verónica".

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